Eran pocos los que continuaban subiendo hasta el árbol; muchos de los que quedaban en el pueblo ya no lo hacían porque estaban ocupados en cosas serias según se comentaba, ya eran mayores y eso de perder el tiempo remontando la montaña para sólo encontrar arriba a un árbol viejo y mirar desde su copa hasta el horizonte, era ocupación de vagos a lo más de simples.
Pasó el tiempo y hasta el árbol únicamente continuaron llegando tal como cuando eran pequeños, el hombre-niño y la mujer-niña; subían al árbol y desde allí contemplaban callados el sol del mediodía, el sol de la tarde y el sol nocturno; comprendían en silencio el gran silencio...
Permanecían muy quietos hasta que caía la noche, y muy despacito, paso a paso, regresaban a casa, volvían al pueblo...
Hasta que un día el hombre-niño ya no encontró a su compañera, ella, la que durante mucho tiempo permaneció en el centro del tornado, cayó hasta la orilla y fue arrastrada por el viento...
Aquella mañana subió solo a la montaña, se sentó bajo el árbol y lloró... fue la última vez que llegó hasta ella...
Así pasaron los años... el hombre-niño se marchó del pueblo, nadie supo adónde...
Pasó el tiempo y hasta el árbol únicamente continuaron llegando tal como cuando eran pequeños, el hombre-niño y la mujer-niña; subían al árbol y desde allí contemplaban callados el sol del mediodía, el sol de la tarde y el sol nocturno; comprendían en silencio el gran silencio...
Permanecían muy quietos hasta que caía la noche, y muy despacito, paso a paso, regresaban a casa, volvían al pueblo...
Hasta que un día el hombre-niño ya no encontró a su compañera, ella, la que durante mucho tiempo permaneció en el centro del tornado, cayó hasta la orilla y fue arrastrada por el viento...
Aquella mañana subió solo a la montaña, se sentó bajo el árbol y lloró... fue la última vez que llegó hasta ella...
Así pasaron los años... el hombre-niño se marchó del pueblo, nadie supo adónde...